De mi direro, al papa cero


Sobre la nueva visita del papa a España

Ante la vuelta apoteósica del papa a España, cabe hacerse varias preguntas:

a) ¿Cuál es la actitud actual del supremo Jerarca Vaticano?

b) ¿Viene en plan de Jefe de Estado del Vaticano o en plan de pastor de un         grupo de fieles que creen en él?

c) ¿Cuál ha de ser, consecuentemente, la actitud ante tal visita por parte de las autoridades de nuestro Estado, supuestamente democrático y laico?

Tres preguntas relacionadas; pero fijémonos sobre todo en la primera y tercera pregunta, que son las más prácticas -la segunda es, más bien, una pregunta retórica-.

Situación actual:

La marcha atrás restauracionista de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI respecto al triunfador cambio de paradigma iniciado en el Concilio Vaticano II, es obvia. Dichos Jerarcas, además, subrayan el Absolutismo medieval, la autoinfalibilidad y el culto a la personalidad.

La máquina de encubrimiento de delitos de pederastia clerical lejos de la justicia secular, muestra claramente una Iglesia de clérigos cerrada y funcionando como un grupo esotérico-hermético frente al mundo exterior del resto de mortales; éstos, regidos por unas leyes universales y para todos iguales.

La beatificación, deprisa y corriendo, del gran protector de Maciel, Juan Pablo II, agravada por el hecho de que Ratzinger conocía todos aquellos hechos delictivos, es también una ulterior prueba de tal restauracionismo de Ortodoxias y Sumos Pontífices -y la presunta ejemplaridad del beatificado, una muy solemne equivocación-.

Tras esta beatificación, el gran final de la ceremonia -que pasa desapercibido- es la destitución, por parte de Benedicto XVI, del razonable obispo australiano Morris por haber escrito en una Carta Pastoral de hace cinco años que “si las reglas de la Iglesia permitieran ordenar a mujeres y a hombres casados, ‘el estaría abierto a esta posibilidad’”. Es un síntoma claramente indicativo del límite al que nadie habría creído que se pudiera jamás llegar: despotismo del Sumo Jerarca, su obsesiva condena del sexo y glorificación de sacrificio y su minusvaloración de la mujer; es decir, la consolidación de una iglesia-secta.

¿Qué diferencia puede haber ya, a tal punto, entre esta secta y las religiones mistéricas pre-cristianas del pasado? Cierto que en tales agrupaciones mistéricas todo era secreto de cara al mundo exterior –esoterismo-; pero también había sacrificios y flagelaciones. La autoridad sacerdotal era allí igualmente absoluta y sus adictos -al participar en unos ritos masoquistassentían también allí una gran seguridad y satisfacción psicológica. Puede observarse en la Villa dei Misteri, muy cercana a Pompeya, una truculenta pintura sobre una flagelación de una mujer por parte de otra, ante la mirada sagrada (Cfr p 33 y figura 75 del libro La peinture étrusque, La peinture romaine, Ediciones de Pont Royal, Le livre-musée). La pintura es del siglo II antes de Cristo.

El profeta Jesús de Nazaret -un siglo y medio más tarde- rompió clamorosa y públicamente tanto con aquellas religiones mistéricas para unos pocos iniciados como con la de un solo pueblo elegido (Israel); y presentó un mensaje de hermandad universal abierto absolutamente a todos los humanos -cristalino, cosmopolita y nada masoquista-, mensaje antitético de la iglesia-secta en que está desembocando el actual pontificado.

Ahora el modelo mistérico vuelve a imponerse; y reaparece el Sumo Sacerdote constructor de antiguos sueños ilusorios para grupos de iniciados; si bien aquí, se pretende que tal ritual para iniciados sirva para multitudes de seguidores esparcidos por el mundo; y se lanza su mensaje a todo un universo de televidentes: es -como se ha indicado- para beatificar a un Pastor que fue, a su vez, un ídolo mediático, capaz de colmar el hambre de seguridades de un público de masas -si bien el propio pastor en papa-móvil se enfrentó a las valientes iglesias populares latinoamericanas y ordenó descabezar a sus teólogos de la Liberación, azote de represivos dictadores, a quienes el actual beatificado consideraba sumos  benefactores; y el hecho es que, además -como se ha dicho-, aquí se trata de proclamar “como modelo de ejemplaridad” a un amigo y protector del pederasta Maciel mientras Wojtyla era el Papa, es decir, el supuesto “Vicario de aquel profeta para el pueblo, Jesús de Nazaret que expulsaba, a latigazos, a los mercaderes del Templo”. Y se da un macabro efecto secundario: los altos Jerarcas que tan televisivamente pontifican, acaban creyéndose, ellos mismos, su tan sumo papel. Resultado: el binomio de un convencido Jerarca -revestido de vistosos colores y parafernalia de rituales lanzados al inconsciente- más su fiel, crédulo, arrodillado y hambriento de seguridades; y, entre ambos, la correa de transmisión de encantamientos: los Roucos, los Caminos, los Cañizares y toda  la caterva de acólitos en rito cúltico. Y todo el conjunto formando un núcleo muy estable que puede durar toda una vida -si bien, una vida tornada ilusa-. En un reciente artículo sobre preparación de la vuelta del Papa a España para el mes de agosto, el periodista Marc A. Adell, en Un dinero digno de mejor causa (Cfr Público, 3-VII-2011), así concluye: “La católica España prioriza el espectáculo y la exhibición antievangélica y populista de un Jefe de Estado, antes que la acogida cálida y familiar de nuestro Pastor. Signo evidente de la decadencia y descomposición moral y espiritual de una religión prostituída -es decir, vendida-, cuyos jerarcas han perdido el norte”.

¿Pero, tiene futuro para toda la sociedad, este modelo de iglesia?

Su declive es obvio. La humanidad camina hacia una sociedad secular -se puede ver en los seminarios vacíos: no hay jóvenes; y en los templos de las iglesias: la media de edad es de setenta y cinco años-. Y es, desde tal situación real y proceso en marcha, donde puede evaluarse el esfuerzo inaudito -pero vano y tragicómico- de pretender retrotraer a la Iglesia a los tiempos oscuros de antes del Concilio Vaticano II -el de la apuesta por la libertad- y volverla aún hacia las religiones mistéricas precristianas. Son posiciones sin base alguna, no creíbles ni para los pensadores laicos ni para los teólogos serios ni para la gente ordinaria de la calle. Los presuntos Vicarios de Cristo + sus seguidores más adictos se han convertido en secta. Y la secta se auto-alimenta en su grupo interior; y se auto-estimula como toda adicción -individual y colectivamente-; es la misma que también se activa en el que se entrega a la adicción hacia una ideología cerrada: siempre es una experiencia irresistible.

El obispo Morris reconoce -y al menos lo expresa en público-, que no se le ha hecho justicia y que ni tan siquiera se le ha escuchado, como sería normal en cualquier juicio de tipo secular -¿quiérese mayor evidencia del existente despotismo?-. Pero se impone la Realpolitic y hay que condenar a teólogos si se quiere salvar la secta.

Volvamos, pues, a nuestra tercera pregunta del principio: ¿Cuál ha de ser, consecuentemente, la actitud ante tal visita por parte de las autoridades de nuestro Estado, supuestamente democrático y laico?

La única respuesta con sentido -tanto para creyentes como para agnósticos- es que el Estado no debe hacerle el más mínimo caso ni darle el más mínimo soporte institucional ni, menos aún, económico.

Jaume Barallat

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