Manifiesto de la UAL
Nosotros, ciudadanos ateos del mundo, libre y voluntariamente, manifestamos que no creemos en ningún dios, que no creemos en la existencia de una realidad trascendente más allá de este mundo en el que nos ha tocado vivir y que consideramos al hombre como un ser finito con un principio y un final donde todo acaba. Entendemos que el reconocimiento y la aceptación de esta naturaleza material y finita será fundamental para que el hombre pueda superar los retos del mundo actual y afrontar con posibilidades de éxito las dificultades que presente el futuro, y por tanto consideramos que ha llegado la hora de reivindicar un papel protagonista para nosotros en esta sociedad.
Sostenemos que no hay ninguna razón objetiva ni consistente para considerar más allá de la realidad material, es decir de nuestra propia finitud, la existencia de seres con una naturaleza distinta y superior a la humana en los cuales se hallen el origen y el sentido de nuestra existencia. Por la misma razón también negamos la posibilidad de cualquier especie de alma que siga manteniendo algo similar a una actividad espiritual después de la muerte del ser vivo.
Alguien podría pensar que al negar la existencia de un dios trascendente y cerrar la puerta a un más allá después de la muerte el ateísmo arroja al hombre a un callejón sin salida, a una especie de desesperación, pero nada más lejos de la realidad; el ateísmo no es una forma de pensamiento negativa ni pesimista basada en la oposición ni en la falta de esperanza, sino todo lo contrario. El ateísmo es liberador, porque devuelve al hombre el gobierno y la responsabilidad de sus actos y de su destino.
El ateísmo enseña que hay que valorar la vida en la tierra, la única que tenemos, y reivindica para el hombre el orgullo de saberse dueño de sus propias decisiones, de sus capacidades, de sus posibilidades. Pero también le recuerda que la vida de sus hijos, de sus semejantes y la herencia que transmita a las futuras generaciones están en sus manos. El mundo resultante será responsabilidad suya, y por tanto tiene la posibilidad de esforzarse para mejorarlo poco a poco, cada día, en beneficio de todos, o bien de conducir a nuestros herederos a vivir en un verdadero infierno, pero no en un tiempo ficticio ni en algún lugar extraño, sino en esta casa nuestra que es la tierra. Nada está escrito. Tenemos por delante una hoja en blanco para materializar nuestros sueños y conseguir el progreso y el bienestar de toda la humanidad, o bien para hacerla desaparecer.
Por eso es fundamental que seamos capaces de asumir nuestra verdadera identidad y de disfrutar con valentía y responsabilidad de la vida sin esperar ayudas del exterior ni pretender hallar la recompensa a nuestros actos en otro tiempo, porque esto es todo lo que tenemos y nuestra vida, tan débil, termina completa y definitivamente con la muerte. Esto no es triste ni es alegre, no es bueno ni malo, nos guste o no nos guste es tan solo la inexorable realidad. Y para nosotros es una señal de madurez tratar de ver las cosas tal como son, pues solamente a partir del reconocimiento de la propia naturaleza podremos intentar superarnos para llegar a construir este futuro mejor que deseamos para todos.
A través de los siglos el hombre ha avanzado gracias al conocimiento, pero nunca gracias a la religión. Cuando se han producido contribuciones al conocimiento de personas con convicciones religiosas ha sido con frecuencia a pesar de los obstáculos de sus propias creencias, y con frecuencia esas personas lo han pagado caro, pues a la religión no le interesa el conocimiento de la verdad, sino solamente aquello que le permita justificar el dogma de sus creencias para poder perpetuarse. Si la ciencia o los descubrimientos se han adecuado a sus intereses han sido aceptados y respaldados. Sino, han sido repudiados, y sus responsables excomulgados, torturados y cuando ha convenido sacrificados. Muchos hombres y mujeres ilustres constituyen el testimonio de esta afirmación a lo largo de la historia. Una historia de intereses y de intransigencia que no parece congeniar demasiado con las ideas de libertad y de tolerancia que nosotros deseamos ver prevalecer en el siglo que ahora comienza.
Los nuevos tiempos reclaman nuevas formas de análisis y nuevas soluciones. La moral que defienden y tratan de imponer las religiones al conjunto de la sociedad es una moral caduca e hipócrita que únicamente responde a condiciones de vida, a modelos sociales y a intereses del pasado, y por tanto es una moral que debe de ser superada por nuevas propuestas que respondan con eficacia a la realidad del presente y que puedan servir de referencia a las necesidades del futuro. Obstinarse en mantener los dogmas de la fe como paradigma de una supuesta virtud sólo sirve para frenar el progreso y para retrasar la incorporación a la sociedad de los avances proporcionados por el conocimiento y las nuevas posibilidades de la tecnología, condenando a amplios sectores de la población a un sufrimiento estéril, o a una contradicción permanente entre su forma de vida y los modelos anacrónicos que las religiones quieren seguir imponiendo con el fin de preservar sus intereses particulares.
El hombre necesita preguntarse sobre las cuestiones fundamentales. La historia de la civilización ha sido en definitiva la historia de la lucha del hombre contra la ignorancia, por reducir el ámbito de aquello que denominamos lo desconocido, de la parte de la naturaleza que no hemos llegado todavía a comprender. El ateísmo no es más, en realidad, que una conclusión lógica, una respuesta consistente ante determinadas preguntas que el hombre se ha planteado reiteradamente a través de los siglos. No hay ninguna razón, ningún argumento, ninguna necesidad de depositar en manos de una fuerza mágica ni de una supuesta divinidad sobrenatural el destino de los hombres, y menos todavía en una casta de intermediarios que pretenden constituirse en interlocutores únicos de esta supuesta divinidad.
El ateísmo fomenta la libertad de pensamiento y la reflexión individual, confía en el poder del conocimiento, en el esfuerzo de autosuperación para transformar la naturaleza en beneficio del hombre pero con la prudencia exigible para no agotarla, en la inteligencia para crear un sistema moral y para organizar la sociedad en base a la razón y la justicia. El ateísmo confía en el hombre y estimula su capacidad para lograr el progreso gracias a su propio esfuerzo y a la colaboración de todos. El ateísmo restituye definitivamente al hombre su dignidad. La religión en cambio enseña el desprecio por la vida a cambio de una recompensa que sólo podrá obtenerse por medio de la obediencia y de la sumisión. ¿Obediencia a quién? ¿Sumisión por qué?
Ha llegado la hora de renovar las viejas estructuras de pensamiento. Ha llegado la hora de trabajar para garantizar la defensa del derecho de todas las personas a la libertad de conciencia, a manifestar y a difundir su pensamiento sin coacciones impuestas por tabúes sociales ni por la profusión de medios que disfrutan las religiones ni otras formas de intolerancia. Ha llegado la hora de garantizar la igualdad de oportunidades para todos los hombres sin discriminaciones inducidas por la adscripción escéptica o religiosa de cada cual, de velar por la independencia del Estado respecto de la Iglesia, denunciando presiones, privilegios, ingerencias, de reclamar para los no creyentes el mismo trato respetuoso y los mismos derechos que se otorgan a las demás organizaciones. Ha llegado la hora de concienciar a los ciudadanos sobre el enorme poder y la desmesurada influencia que las religiones tienen en todos los ámbitos de la vida social y sobre las fatales consecuencias que de ello se derivan. Ha llegado la hora de hacer del ateísmo un valor de referencia imprescindible a la hora de organizar la vida social.
Nosotros entendemos el ateísmo como un sistema abierto, generoso, que se enriquece cuando recibe aportaciones nuevas, que tiene por objeto el conocimiento y el progreso, pero también que se opone a cualquier dogmatismo. El nuestro no es un proyecto en contra de dios, porque entendemos que no puede ser la simple negación el motor que impulse la construcción de una sociedad nueva. El nuestro es sencillamente un proyecto sin necesidad de dios. Es el proyecto de una concepción del mundo que busca en el hombre los principios de una sociedad laica, de una sociedad abierta a todos y basada en la tolerancia, la cooperación y la solidaridad, sin interferencia de la religión en el ejercicio del poder político, que esté orientada a servir a los ciudadanos sin distinciones y no a mantener privilegios en nombre de una trascendencia que nadie ha conocido jamás, ni nadie jamás podrá comprobar.
Nuestro propósito es agrupar a todas aquellas personas con ideas basadas en la tolerancia, la independencia de pensamiento y libres de prejuicios históricos que estén dispuestas a defender su escepticismo ante la poderosa influencia que la religión todavía posee en nuestra sociedad. Esperamos poder reunir a todos los ateos en un foro común para que puedan colaborar con sus aportaciones a enriquecer, libremente y sin temor, el debate común para decidir el futuro que queremos, el modelo de convivencia de las sociedades y los pueblos del mundo. Es una iniciativa ambiciosa que requiere la participación y la colaboración de todos los ateos. Ahora es el momento de construir una asociación fuerte. Esperamos poder contar pronto con un gran respaldo para esta tarea.
Este Manifiesto se propondrá para su aprobación en la primera Asamblea General de Unión de Ateos y Librepensadores.