Sigmund Freud y la religión.


Hombres han habido en la historia de la civilización humana que han sido execrados por sus opiniones sobre la religión; empero el caso de Sigmund Freud merece un estudio aparte por la importancia y el efecto de sus descubrimientos  en la comunidad mundial.

Este científico que en el comienzo de su carrera se dedicó a los estudios de fisiología, especializándose en el campo de la neuroanatomía y que luego profundizó su saber en los mecanismos de la mente humana, no se limitó a crear un método de tratamiento de las perturbaciones mentales: la terapia psicoanalítica. Con el paso del tiempo fue acumulando experiencias y conocimientos que dieron por resultado algo más trascendente: una nueva concepción del ser humano totalmente alejada de la influencia de las supersticiones y pseudociencias de la época. Eso fue lo que causó la inmensa controversia que se desató a lo largo y lo ancho de  la Europa de aquellos tiempos. Controversia o no, hoy muchos estudiosos del tema opinan que la historia del hombre  quedó dividida en dos épocas: la pre freudiana y la post freudiana.

No era fácil atacar los tabúes sexuales y religiosos de aquellos tiempos, y aún menos hacerlo desde una perspectiva atea como la del profesor vienés. A este respecto, Freud le escribe a Stanley Hall, un colega estadounidense interesado en su teoría, lo siguiente: “No me preocupa que sea precisamente la cuestión del simbolismo sexual la que usted excluye. Seguramente habrá observado que el psicoanálisis crea muy pocos conceptos nuevos en ese terreno, tomando más bien ideas remachadas por el transcurso de los años, que aprovechan y apoyan con toda clase de pruebas. Las posibles exageraciones irán poco a poco desapareciendo; pero estoy seguro de que la mayor parte de la teoría podrá soportar los avatares del tiempo.”

Con este último párrafo quedarían refutadas todas las críticas que se le hicieron (y se le hacen) a Freud por sus investigaciones de la sexualidad y sus efectos en la mente humana.

Pero no era ese el principal motivo para atacar al inventor del psicoanálisis. Había algo, en su explicación de los mecanismos de la mente, que afectaba  profundamente al establecimiento religioso cristiano. Éste había predominado por siglos en Europa, en sus diferentes versiones, y no iba a permitir que sus “sagrados fundamentos” fueran conmovidos por un simple médico, que además era judío.

Lo más curioso de todo esto  es que el mismo Freud, con su ateísmo inconmovible, no ponía reparos a la utilización de la técnica analítica por individuos pertenecientes a organizaciones religiosas.

Es por eso que en este corto ensayo decidí explorar parte de la abundante correspondencia entre Sigmund Freud y varios de sus contemporáneos, figuras importantes en la ciencia, la filosofía y la literatura de fines del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX, en la cual se hace referencia  al tema religión.

Oskar Pfister era un pastor protestante suizo que se había interesado en el psicoanálisis a través de sus contactos con otros psicoanalistas del movimiento liderado por Freud. En una carta fechada el 9 de febrero de 1909, el padre del psicoanálisis le escribe a Pfister: “Respetable señor doctor: he vuelto a leer hoy su espléndido trabajo (…) y tendría necesidad de saber más de usted, de lo que deduzco de la publicación, y de decirle algo más de lo que puede redactarse en una carta. Quizá haya todavía oportunidad de un intercambio de impresiones. Por hoy quisiera nada más que aclarar la diferencia entre su actividad y la actividad médica(…) El éxito definitivo del psicoanálisis depende en realidad de la conjunción de dos resultados: la canalización de la satisfacción y el dominio de la sublimación del terco instinto; cuando, como es frecuente, sólo se logra lo primero, ello se debe al material: personas que vienen padeciendo gravemente durante largo tiempo, que no esperan ningún alivio moral del médico, o sea a menudo un material mediocre. Entre los suyos, jóvenes, personas con conflictos recientes, que, confiados en usted, están dispuestos a la sublimación y a la forma más cómoda de la misma, la religiosa. No hay duda de que el éxito se produce de la misma manera con usted que entre nosotros, por medio de la transferencia erótica a su persona. Pero usted tiene la suerte de conducirlos hasta Dios y llevarlos hasta el momento de una situación feliz de épocas anteriores, cuando la fe religiosa sofocaba las neurosis. Para nosotros no existe esta posibilidad de solución; nuestro público – de cualquier procedencia racial –  es irreligioso, nosotros mismos lo somos también de una forma definitiva, y dado que los otros caminos hacia la sublimación con los cuales sustituimos ‘nosotros’ la religión son muy difíciles para la mayoría de los enfermos, nuestro tratamiento se encamina por lo regular hacia la búsqueda de la satisfacción. A esto se agrega que nosotros no podemos considerar que la satisfacción sexual tenga en sí nada de prohibido o pecaminoso, sino que la reconocemos como un aspecto valioso de nuestras actividades vitales (…) Por lo tanto nuestros enfermos necesitan buscar en los hombres lo que no les podemos prometer desde un punto de vista más elevado, y que tenemos que negarles en nuestra propia persona. Naturalmente, nuestra labor es por ello más difícil, y al disolverse la transferencia a veces tenemos que encarar el fracaso.”  En uno de los párrafos que siguen al que acabo de transcribir, le dice algo que es importante saber para entender la amplitud de miras de Freud: “En sí el psicoanálisis no es ni religioso, ni lo contrario, sino un instrumento neutral del que pueden servirse tanto el religioso como el laico siempre que se utilice para liberar a los que sufren. Estoy muy sorprendido de no haber pensado yo mismo en la ayuda extraordinaria que puede prestar el método psicoanalítico en la cura de almas, pero esto se debe seguramente a que yo, como hereje perverso, estoy muy alejado de esas cuestiones.”

Pocos de los implacables denostadores del psicoanálisis han sido lo suficiente honestos para reconocer tal actitud abierta,  y desde esos tempranos días en que sufría toda clase de insultos y humillaciones hasta hoy, continúan su trabajo siniestro de alejar al público de un hombre que solamente pretendía aminorar un poco el sufrimiento humano.  Es  por ello que en otra carta (24 de enero de 1910) le sugiere a Pfister : “(…) Espero que usted tampoco siga sosteniendo polémicas ni con Foerster ni con ningún otro de su especie, sino que utilice mejor el papel y los rasgos de su pluma para el informe de sus propios trabajos. Dejémoslos  ladrar y continuemos nuestro camino escarpado.” No obstante, esta aparente resignación ante los ataques no significa una retirada frente al enemigo solapado, es por eso que en otra carta (del 16 de 0ctubre de 1910) le dice al pastor protestante: “Construir el templo con una mano, y con la otra blandir el arma contra el que estorba la construcción.”

Ante una sugerencia de Pfister en cuanto a la posibilidad de sublimar hacia la religión, le responde (carta del 9 de octubre de 1918): “Respecto a la posibilidad de la sublimación hacia la religión solo me queda envidiarlo desde el punto de vista terapéutico. Pero lo hermoso de la religión desde luego no pertenece al psicoanálisis. Es natural que aquí, en la terapéutica, nuestros caminos se separen, y así puede continuar. Muy al margen, ¿por qué no fue uno de tantos piadosos quien fundó el psicoanálisis? ¿Por qué fue necesario esperar a un judío totalmente ateo?”

En 1926, ya padeciendo la enfermedad que no lo abandonaría hasta su muerte, le contesta a Pfister (carta del 11 de abril de 1926): “Ahora tengo que reposar diariamente una hora con un  tubo caliente, y aprovecho este descanso para leer su libro, sobre el faquir [O. Pfister, “Die Legende Sundar Singhs”, Berna y Leipzig, 1926] cristiano, que me trajo su hijo. (…) Este libro me divirtió más de lo que me agradó. Por mi parte, me dio gusto no tener ninguna religión y no tener que verme en las situaciones violentas y tan desagradables que usted no puede evitar”.

Acerca de un comentario del religioso Pfister sobre un articulo titulado “Psicoanálisis y medicina: Análisis profano”, que Freud le había enviado, éste le responde (carta del 14 de septiembre de 1926: “(…) Es esencialmente un artículo de combate y de ocasión. De otra manera no hubiera omitido con seguridad la aplicación del análisis a la cura de almas. Pensé en ello, pero en la Austria católica un “sacerdote” que trabaje con el análisis es algo totalmente inconcebible y no quería complicar más el asunto. Mis argumentos no hubieran ganado nada con ello. La respuesta hubiera sido: si los señores eclesiásticos quieren utilizar el análisis, no tenemos nada que decir, sólo deben solicitar autorización para ello del obispo. Se muy bien que en Alemania hay un psicoanálisis católico; en Austria no sería posible”.

El intercambio epistolar con Pfister llega a un momento álgido del mismo, cuando Freud le comenta la próxima aparición de su libro: “El porvenir de una ilusión”, en los siguientes términos (carta del 16 de 0ctubre de 1927): “(…) En las próximas semanas aparecerá un opúsculo mío que tiene que ver mucho con usted. Lo debería haber escrito en realidad hace tiempo, pero fue pospuesto en consideración a usted, hasta que la presión fue más intensa. Trata – cosa fácil de adivinar – de mi actitud radical en contra de la religión, en cualquier forma y en cualquier dilución, y aun cuando esta actitud no puede ser nueva para usted, temía, y lo temo aún que una declaración pública de tal naturaleza pudiera serle desagradable. Me hará saber después el grado de comprensión y tolerancia que le concede todavía a este hereje incurable. Su siempre afectuoso, Freud”.

Caballerosamente, Pfister le responde el 21 de octubre de 1927, de la siguiente manera: “(…) No me podría imaginar que su profesión de fe pública pudiera afectarme en forma desagradable; siempre he pensado que todos deben expresar, en voz alta y con claridad, su opinión  sincera. Usted fue siempre tolerante conmigo, ¿cómo no debo serlo yo con su ateísmo? Seguramente no me tomará tampoco a mal si, dado el caso, yo también expreso libremente mi posición discrepante. Por lo pronto permanezco en la actitud del aprendiz entusiasta”.

En un párrafo de su respuesta (carta del 26 de noviembre de 1927) Freud acepta el reto, diciéndole: “(…) Me parece importante que escriba usted una crítica – en la “Imago” [revista de psicoanálisis], si quiere – y espero que usted recalcará en ella expresamente nuestra amistad inalterada y su adhesión inconmovible al análisis.”

Cumpliendo con su promesa Pfister  publica Die Illusion einer Zukunft (La ilusión de un porvenir) en los números 2 y 3 de la revista “Imago”, y, consecuentemente,  Freud le envía su comentario (carta del 24 de febrero de 1928): “(…) Está ya en la editorial [la réplica de Pfister]. Era absolutamente necesario que mi “Ilusión” fuera refutada dentro de nuestros círculos, y me alegro de que haya sucedido en una forma tan digna y amistosa.”

“No necesita preguntar cual fue el efecto que me causó su trabajo. ¿Qué puede suceder cuando se es juez en la propia causa? Algunos de sus argumentos me parecen lirismos, otros, como la enumeración de los intelectuales destacados que sí han creído en Dios, como muy triviales. El postulado de que la ciencia debería elaborar una ética es injusto – la ética es una especie de regulación de tránsito para el trato entre los hombres- ; el hecho de que la física considere ahora redondos a los átomos, que antes eran cuadrados, es explotado en una forma tendenciosa injustificada por todos lo que tienen hambre de fe; mientras la física amplíe nuestro dominio sobre la naturaleza estas modificaciones no deberían importarle a usted. Y por último –permítame ser descortés en esta ocasión – ¿cómo demonios concilia usted todo lo que vivimos y lo que nos espera en el mundo con su postulado de un orden universal ético? Esto despierta mi curiosidad, pero no es necesario que conteste.”

En otra carta (del 25 de noviembre de 1928) comentando el debate establecido entre ambos en cuanto a El porvenir de una ilusión, vuelve Freud a manifestar su férrea posición en el conflicto entre la ciencia y la religión: “(…) La ruptura violenta, no en el pensamiento analítico, sino en el científico, cuando se trata de Dios y de Cristo, la considero como una de las inconsecuencias de la vida, inexplicables lógicamente, pero comprensibles por razones psicológicas. En general no le doy ningún valor a la ‘imitación de Cristo’. Frente a una declaración tan fundamental desde el punto de vista psicológico como ‘tus pecados te son perdonados; levántate y anda’, hay muchas otras contrarias condicionadas por su tiempo, psicológicamente imposibles e inútiles para nuestra vida; y hasta la primera desafía al psicoanálisis. Si el enfermo hubiera preguntado: ‘¿Cómo sabes que me han sido perdonados mis pecados?’, la respuesta sólo podría haber sido: “Yo, el hijo de Dios te los perdono’. Por lo tanto, se trata de una invitación a una transferencia sin límites. Y ahora imagínese usted que yo le dijera a un enfermo: ‘Yo, el profesor ordinario titular Sigmund Freud, le perdono sus pecados.’ ¡Qué ridículo en mi caso! Pero para el otro caso es válido el concepto de que el análisis no se conforma con un éxito de sugestión, sino que investiga la procedencia y la justificación de la transferencia.” En otro párrafo le deja saber a Pfister una de sus preocupaciones fundamentales: “No sé si ha adivinado usted la relación oculta entre el ‘análisis laico’ [uno de sus escritos] y la ‘ilusión’ [hace referencia a su obra: “El porvenir de”]. En el primero quiero proteger al análisis frente a los médicos, y en la otra frente a los sacerdotes. Quisiera entregarlo a un grupo profesional que no existe aún, al de pastores de almas profanos, que no necesitan ser médicos y no deben ser sacerdotes”.

A esto le responde Pfister en una carta del 9 de febrero de 1929, muy atento a las diferencias entre su postura religiosa y su actividad como psicoanalista: “(…) Permítame insistir en una observación de que los psicoanalistas que usted desearía no deben ser ‘sacerdotes’.”

“Me parece  que el análisis, como tal, tiene que ser un asunto totalmente ‘profano’. Es, en su esencia, exclusivamente privado y no proporciona directamente ningunos valores (…) Así como el protestantismo eliminó la diferencia entre legos y sacerdotes, así también la cura de almas debe ser secularizada y privada de toda influencia clerical (…)”. Y más adelante termina diciendo: “(…) En el fondo sirve usted al mismo objetivo vital que yo, y actúa ‘como si’ hubiera un sentido de la vida y del mundo, y yo, con mis escasas fuerzas, sólo puedo incorporar sus brillantes conocimientos analíticos y virtudes curativas a aquel esquema realizado ideológicamente. ¿Quiere usted realmente descartar del trabajo analítico un ‘sacerdocio así concebido? Yo no creo que ése fuera el significado de sus palabras.”

A lo cual Freud responde (carta del 16 de febrero de 1929): “(…) Reconozco que mi observación de que los psicoanalistas de mi fantasía del futuro no deben ser sacerdotes no suena muy tolerante. Pero considere que hablé de un futuro lejano. En la actualidad me parecen bien también los médicos, ¿por qué no los sacerdotes? Tiene usted razón  asimismo en advertir que el análisis no da ningún nuevo concepto del mundo. Pero no necesita hacerlo, ya que se apoya en el concepto científico del mundo con el que el religioso es incompatible. Para este último no es fundamental si considera como ideal de la conducta humana a Cristo, Buda o Confucio y los recomienda como ejemplo. Su esencia son las ilusiones piadosas de providencia y ordenamiento ético del mundo, que están en contra de la razón. El sacerdote tendrá que seguir siendo su representante. Naturalmente que se puede aprovechar el derecho humano a la inconsecuencia y avanzar un poco con el análisis, para detenerse luego y, como Charles Darwin, ir regularmente los domingos a la iglesia. El anhelo de los pacientes por valores éticos es digno de todo mi respeto; no me parece ningún problema. La ética está basada en las exigencias ineludibles de la convivencia humana, no en el orden del mundo extrahumano”.

A una crítica que Pfister le hace a Freud, después de leer “El malestar en la cultura”, éste le dice  (carta del 7 de febrero de 1930): “(…) Sólo quiero tratar un punto. Cuando pongo en duda que el destino de la humanidad sea llegar a una mayor perfección por el camino de la cultura, cuando veo en su vida una lucha continua entre el amor y el instinto de la muerte, no creo expresar con ello ninguno de mis rasgos constitutivos propios ni de mis disposiciones afectivas adquiridas. No soy un masoquista ni una persona ‘pesada’; con todo gusto deseo para mí mismo tanto como para los otros, algo bueno y me parecería más agradable y reconfortante el poder contar con un futuro tan brillante. Pero me parece tratarse nuevamente de un caso de pugna entre ilusión (realización deseada) y conocimiento. No se trata de ningún modo de aceptar lo que es más alentador o más cómodo o ventajoso para la vida, sino de aquello que puede aproximarse más a aquella realidad enigmática que existe fuera de nosotros(…) Mi pesimismo me parece, por lo tanto, un resultado; el optimismo de los demás, una hipótesis. Podría decir también que realicé un matrimonio de conveniencia con mis teorías sombrías, y que los demás viven, con las suyas, en una unión por simpatía. Espero que con ello sean más felices que yo”.

En el párrafo final de la misma carta escribe: “(…) Puedo imaginarme que hace millones de años, en el período triásico todos los grandes –odontes  y –terios estaban muy orgullosos del desarrollo del género de los saurios y sólo Dios sabe el grandioso futuro que esperaban para ellos. Y luego se extinguieron, con excepción del infeliz cocodrilo. Usted objetará: ‘Estos saurios no pensaban seguramente así, sólo pensaban en comer; pero el hombre tiene el espíritu que le da el derecho de pensar y creer en su futuro.’ Pero con el espíritu hay algo muy especial: ¡se sabe tan poco de él y de su relación con la naturaleza…! Yo tengo mucho respeto por él, pero ¿se lo tiene también la naturaleza? Es sólo un fragmento de ella, y el resto parece podérselas arreglar muy bien sin este fragmento. ¿Se dejará influir realmente en forma notable por consideración al espíritu?

¡Digno de ser envidiado el que sepa algo más preciso que yo!”

Con ocasión de la publicación de un nuevo libro de su autoría: “El psicoanálisis y la educación”, Pfister  le envía a Freud un ejemplar y éste le agradece diciéndole (carta del 25 de noviembre de 1934): “Querido señor doctor.: Su opúsculo, con un  nuevo atavío lingüístico, ha recorrido un hermoso trayecto y seguramente en cada estación ha servido para esclarecer el psicoanálisis y ganar adeptos. Me alegro de todos sus éxitos. El hecho de que sea usted un psicoanalista convencido y al mismo tiempo un señor religioso es una de esas contradicciones que hacen tan interesante la vida”.

Culmina aquí el recorrido por el epistolario freudiano con un hombre religioso, como Pfister, pero que al mismo tiempo se convirtió en un psicoanalista convencido, gracias a quién él mismo llama  (en una carta dirigida a la esposa de Freud, luego de su fallecimiento): ‘genial investigador’ e ‘inmensamente bondadoso titán’.

Desde luego, que Freud tuvo, además, un abundante intercambio epistolar con una cantidad de destacados médicos, científicos, escritores y filósofos, de varios países que lo admiraron  por  sus investigaciones y se sintieron impelidos a comunicarse con él. Entre  las cartas de esas personalidades he seleccionado párrafos relacionados con el tema religión, que muestran el interés despertado por los puntos de vista del profesor vienés.

A la destacada escritora, que también fue psicoanalista, Lou Andreas Salomé, le dice Freud, en una carta del 6 de enero de 1935: “(…) Las religiones deben su fuerza compulsiva al ‘retorno de lo reprimido’: son recuerdos renovados de procesos antiquísimos, borrados, sumamente impresionantes, de la historia de la humanidad. Esto ya lo tengo dicho en ‘Tótem y tabú’, pero lo condenso ahora en la fórmula de que lo que da la fuerza a la religión no es su verdad ‘real’, sino su verdad histórica.”

“Y ve usted ahora, Lou, esta fórmula que me ha fascinado por completo no podemos hoy pronunciarla en Austria sin provocar una prohibición oficial del análisis por parte de la prepotencia católica que nos domina. Y por otra parte, solamente este catolicismo nos salva del nazismo (…)”.

Vuelve a retomar el tema religión en una misiva a James J. Putnam, doctor en medicina, fundador de la Sociedad Psicoanalítica Americana y autor del libro “Human Motives”, que acababa de llegar a sus manos. Y le dice (carta del 8/7/1915): “(…) Debo añadir que no me inspira temor alguno el Todopoderoso.  Si algún día llegáramos a encontrarnos, yo tendría más cargos que hacerle que Él a mí. Le preguntaría  que por qué no me había concedido mayores dotes intelectuales, y Él, por su parte, no podría quejarse del empleo que he dado a mi presunta libertad. (Sé que cada individuo representa un núcleo de energía vital; pero no creo que pueda llamarse a esto libertad si no concurren circunstancias especiales). (…) Estimo que en lo que respecta al sentido de justicia y consideración hacia los demás, así como al disgusto que me produce el sufrimiento ajeno o la probabilidad de abusar del prójimo puedo ponerme a la altura de las mejores personas que he conocido. (…) Acepto el concepto de moralidad; más no en su sentido sexual, sino social. (…) El énfasis que se pone sobre las leyes morales en la vida pública me hace a menudo sentirme incómodo. Lo que he visto de las conversiones ético-religiosas no ha podido ser menos atractivo (…) No tuve en mi juventud aspiraciones éticas especiales, ni me satisface la conclusión de que soy mejor que los demás. Quizá sea usted la primera persona ante quien me jacto de este modo. Podría citarse mi caso como prueba de lo que usted afirma: que el impulso a perseguir un ideal supone una porción considerable de nuestro legado ancestral. ¡Si pudieran hallarse mayores porcentajes del mismo en los demás seres humanos ¡…”

En cuanto a su origen judío y la posible influencia del judaísmo en el psicoanálisis, le  expresa lo siguiente a Enrico Morselli, catedrático de neurología de la Universidad de Padua, en una carta del 18/2/1926: “(…) No estoy seguro de que su opinión, que considera al psicoanálisis como producto directo de la mente judía, sea correcta, mas, si así fuese, tal hecho no me avergonzaría. Aunque hace mucho tiempo que estoy separado de la religión de mis antecesores, nunca he perdido el sentimiento de solidaridad con mi pueblo y me percato con satisfacción de que se considera usted discípulo de un hombre de mi raza: El gran Lombroso”.

Vuelve al tema en una carta  fechada el 6/5/ 1928, que le dirige a los miembros de la Logia del B’nai B’rith. En ella les agradece el apoyo que le brindaron en los momentos difíciles de su carrera en que hizo públicos lo que él llama “mis impopulares hallazgos” y les dice: “(…) Sucedió que en los años siguientes a 1895, dos vigorosas impresiones se sumaron para producir en mí el mismo efecto. Por una parte, acababa de tener mi primera visión de las profundidades del instinto humano y captado muchas cosas que eran un tanto delicadas y al principio incluso pavorosas. Por otra, cuando se hicieron públicos mis impopulares hallazgos perdí la mayor parte de las amistades personales que tenía en aquella época. Me sentía casi como un proscripto y era evitado por todos.  Este aislamiento me hizo desear unirme a un círculo de hombres excelentes, con elevados ideales, que pudieran aceptarme amistosamente no obstante mi temeridad, y me hablaron de su Logia como el lugar donde podría encontrarlo”.

“El hecho de que sean ustedes judíos no podía sino acentuar mi anhelo, pues yo también lo era, y siempre me ha parecido no sólo indigno, sino completamente estúpido, negarlo. Lo que me retenía atado a mi raza no era – he de admitirlo – la fe, ni incluso el orgullo nacional, pues siempre he sido escéptico y me educaron prescindiendo de la religión, pero no sin el respeto debido a las llamadas exigencias ‘éticas’ de la civilización humana”.

En una contestación (carta del 13/5/1926) al famoso escritor Romain Rolland, Freud afectuosamente le escribe: “Querido amigo: Sus líneas se cuentan entre las cosas que más he apreciado. Permítame darle las gracias por su contenido y por su manera de expresarlo.”

“A diferencia de usted, yo no puedo contar con el afecto de mucha gente. No les he complacido ni aliviado, ni les he dicho cosas edificantes. Tampoco fue esa mi intención. Yo sólo quería explorar, resolver incógnitas, descubrir una parte de la verdad. Ello puede haber causado dolor a muchos y beneficiado a unos cuantos, sin que ni una cosa ni otra me parezca achacable a culpas o méritos de mi parte. Siempre es para mí como un accidente sorprendente el que parte de mis doctrinas y mi propia persona logren atraer una pizca de atención. Más cuando hombres como usted, a los que he estimado desde lejos, expresan su amistad hacia mí, una ambición mía se cumple. Disfruto de estas cosas sin preguntarme si las merezco o no, y las acojo como un don inesperado. Usted pertenece a la categoría de personas que saben hacer regalos.”

Vuelve a comunicarse con Romain Rolland, con motivo de haber recibido tres volúmenes de un nuevo libro suyo tratando el tema de las religiones de la India. Luego de agradecerle el regalo  le dice (carta del19/1/1930): “(…) Naturalmente descubrí pronto la sección del libro que me interesó más, es decir, el comienzo, en el que ataca a los racionalistas extremos, como yo. Me ha caído muy bien que me llame usted ‘grande’ en esta parte, y me siento incapaz de poner objeciones a una ironía que va mezclada de tanta amabilidad.” Más adelante  le aclara firmemente: “(…) Nuestros pensamientos respectivos siguen caminos más divergentes en cuanto al papel que asignamos a la intuición. Usted con su misticismo, confía en ésta para enseñarnos a resolver la incógnita del universo. Nosotros creemos, por el contrario, que no puede revelarnos sino impulsos y actitudes primitivos e instintivos, muy valiosos para una embriología del alma cuando se interpretan correctamente, pero inútiles en cuanto a la orientación en el mundo exterior y foráneo.”

“Si nuestras sendas vuelven a cruzarse alguna otra vez en la vida, sería agradable cambiar impresiones acerca de todo esto. Desde la distancia, un saludo cordial es mejor que la polémica. Otra cosa: no soy un escéptico total, ya que estoy seguro de que hay ciertas cosas que no podemos saber por ahora.”

A Werner Achelis, doctor en medicina y filosofía, le expresa lo siguiente en una carta del 13/5/1926: “(…) Otros fallos de mi naturaleza me han avergonzado y hecho concebir sentimientos de inferioridad, mas no así la metafísica. No tengo talento para comprenderla, pero tampoco me inspira respeto. Creo para mis adentros – estas cosas no se pueden decir en voz alta – que algún día la metafísica será desechada como una cosa inútil, como un abuso del pensamiento y un vestigio del período perteneciente a la ‘Weltanschauung’ [Según Freud: una construcción intelectual que resuelve todos los problemas de nuestra existencia uniformemente sobre la base de una hipótesis primaria, que no deja preguntas sin contestar y en la cual todo lo que nos interesa encuentra un lugar fijo] religiosa. (…)”

Se acercaban los tiempos difíciles; en medio de la sofocante atmósfera religioso-política por la que atravesaba Austria, Freud le describe al novelista Arnold Zweig lo que le ocurre (carta del 30/9/1934): “(…) La preocupación que me inspira éste me impulsa a mantener en secreto el ensayo [hace referencia a un libro que recién había terminado : “Moisés el hombre, una novela histórica”], pues vivimos aquí en una atmósfera de ortodoxia católica y hasta se dice que lleva las riendas de la política de nuestra nación un tal padre Schmidt que vive en [el monasterio] San Gabriel, cerca de Modling, y es confidente del Papa. Desgraciadamente es también un etnólogo y un erudito religioso que no oculta en sus libros el horror que le produce el psicoanálisis y sobre todo mi teoría del tótem. El buen Edoardo Weiss ha fundado en Roma un grupo psicoanalítico y publicado varios números de una ‘Rivista Italiana di Psicoanalisi’. De repente, la revista ha sido suspendida, y, aunque Weiss tiene acceso directo a Mussolini y recibió una promesa suya que permitía basar ciertas esperanzas, no ha podido lograr que se levantara la prohibición. Se dice que esta procede directamente del Vaticano, y se asegura que el responsable es el padre Schmidt. Justo es pensar que una publicación mía crearía cierta sensación y no escaparía a la atención de este sacerdote y declarado enemigo nuestro. En tal caso, se correría el riesgo de que el psicoanálisis pudiera ser proscrito en Viena, lo que acarrearía el fin de nuestras publicaciones vienesas. Si este riesgo me afectara únicamente a mí, me traería sin cuidado, pero privar a todos nuestros adeptos de Viena de su pan me parece una responsabilidad excesiva (…) en conjunto, no es el momento más apropiado para elegir el martirologio. Ya está bien sin necesidad de esto”.

En otra carta del 31/5/1936 dirigida a Arnold Zweig le confiesa: “(…) La verdad es inalcanzable. La Humanidad no se la merece, e incidentalmente, ¿no estuvo en lo cierto nuestro príncipe Hamlet al preguntarse si podría haber alguien que escapara a la flagelación en el caso de que todos recibiéramos lo que nos merecemos.” Más adelante, en la misma misiva, da testimonio amargo de la manera  como se lo rechazaba en los medios oficiales y como se trataba a los altos funcionarios que se atrevían a desafiar a tal censura: “(…) La visita de Thomas Mann, el elogio que de mí hizo y la conferencia que pronunció para celebrar mi cumpleaños fueron otros tantos acontecimientos agradables y hasta trascendentales. Incluso los colegas vieneses se sumaron a la celebración, traicionando por todos los indicios posibles lo difícil que ello les resultaba. El ministro de Educación envió un mensaje oficial de cortés felicitación, en vista de lo cual se prohibió a los periódicos, so pena de confiscación, publicar dentro del país la reseña de este gesto de simpatía. También hubo muchos diarios nacionales y extranjeros que insertaron numerosos artículos expresando su odio y desaprobación. Así podría uno decir con satisfacción que aún no ha desaparecido del todo la sinceridad”.

Con motivo de una conferencia pronunciada por Ludwig Binswanger, un médico y psicoanalista, Freud le escribe  (carta del 8/10/1936: “(…) Leyéndola, disfruté con su bello estilo, su erudición, la vastedad de sus horizontes y su tacto para contradecirme. Cuando se trata de alabanzas, como todo el mundo sabe, no hay límite en la capacidad de aceptación.”

“Naturalmente, no le creo. Siempre he vivido en el piso bajo y hasta en el sótano del edificio, mientras que usted mantiene que al modificar el punto de vista personal puede vislumbrarse también un piso superior que alberga huéspedes tan distinguidos como la religión, el arte, etcétera. No es el único, y los más cultivados representantes de la ‘homo natura’ comparten su modo de pensar. En este aspecto es usted el conservador y yo el revolucionario. Si tuviera ante mí otra vida de trabajo me atrevería a ofrecer, incluso a estos personajes de alta cuna, un hogar en mi sórdida cabaña. Ya encontré sitio para la religión cuando di con la categoría que llamo ‘neurosis de la Humanidad’; pero sin duda estamos hablando de cosas que se cruzan sin encontrarse, y habrán de pasar siglos antes de que nuestra disputa quede solventada.”

En una carta fechada el 31/10/1938, y dirigida a Charles Singer, un catedrático de Historia de la Universidad de Londres, escribe: “(…) La razón de nuestra correspondencia es, desde luego, bastante curiosa. Mi librito, que actualmente está en la imprenta, lleva el título ‘Moses and Monotheism’ (Moisés y el monoteísmo), como espero que podrá comprobar por sí mismo la primavera próxima. Contiene una investigación basada en presunciones analíticas sobre el origen de la religión, específicamente el monoteísmo hebreo, y es esencialmente secuela y prolongación de otra obra que publiqué hace veinticinco años con el título ‘Totem and Tabu’ ( Tótem y tabú) (…) Puede considerarse un ataque a la religión  sólo en cuanto cualquier investigación científica de la fe religiosa presuponga incredulidad. Ni en mi vida privada ni en mis escritos he ocultado mi escepticismo total. Cualquiera que interprete el libro desde este punto de vista tendrá que admitir que sólo el judaísmo, y no el cristianismo, tiene motivos para darse por ofendido por las conclusiones que extrae. Sólo unas cuantas observaciones marginales, y nada nuevas, aluden a la cristiandad. Lo más que puede hacer uno es citar el viejo adagio: ‘Cogidos juntos, colgados juntos’”.

“No preciso aclararle que tampoco me gusta ofender a mi propio pueblo. Mas ¿Qué puedo hacer?  Me he pasado toda la vida defendiendo lo que consideraba como verdad científica, aún cuando resultara poco cómodo y desagradable para mis congéneres. Y no voy ahora a terminar mi vida con una deserción”.

Con fecha del 3/5/1936, le responde a Albert Einstein, que lo felicitaba con motivo de su octogésimo cumpleaños: “(…) Su lucha para que no conteste a su encantadora carta es vana, pues no tengo más remedio que decirle lo contento que me ha dejado saber la modificación de sus juicios o, al menos, el pequeño avance logrado en tal dirección. Naturalmente, siempre he sabido que me admiraba sólo ‘por cortesía’ y que hay muy pocas de mis afirmaciones que le convenzan. Sin embargo, me he preguntado con frecuencia que es lo que hay de admirable en ellas si no son verdad, es decir, si no contienen un alto grado de verdad. Incidentalmente, ¿no cree usted que me habrían tratado mejor si mis doctrinas hubieran incorporado un porcentaje más elevado de error y locura?”

He intentado en este artículo dar a conocer un Sigmund Freud íntimo, que al mismo tiempo que defendió el libre pensamiento  se mostró siempre dispuesto a mantener firme su oposición a todas las religiones, por considerar que éstas eran las más enconadas opositoras de aquél, y por lo tanto del progreso humano.

Para conocer más profundamente las razones de tan estricta postura intelectual, es necesario, especialmente para aquellos que se llaman ateos, leer sus libros, en particular los siguientes: “El porvenir de una ilusión”, “Moisés y el monoteísmo”, “Tótem y tabú” y “El malestar en la cultura”.

Y como para muestra basta un botón, he aquí algunos párrafos de las últimas páginas de “El porvenir de una ilusión”, dirigidos a un creyente:

“La educación libertada de las doctrinas religiosas no cambiará quizá notablemente la esencia psicológica del hombre. Nuestro dios ‘Λόγος’ [Razón], no es, quizá, muy omnipotente y no puede cumplir sino una pequeña parte de lo que sus predecesores prometieron. Si efectivamente llega un momento en que hayamos de reconocerlo así, nos resignaremos serenamente, pero sin que por ello pierdan para nosotros su interés el mundo y la vida, pues poseemos un punto de apoyo que a ustedes les falta. Creemos que la labor científica puede llegar a penetrar un tanto en la realidad del mundo, permitiéndonos ampliar nuestro poder y dar sentido y equilibrio a nuestra vida. Si esta esperanza resulta una ilusión, nos encontraremos en la misma situación que usted, pero la ciencia ha demostrado ya, con numerosos e importantes éxitos, no tener nada de ilusoria. Posee muchos enemigos declarados, y más aún ocultos, entre aquellos que no pueden perdonarle haber debilitado la fe religiosa y amenazar con derrocarla. (…) No nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, si lo sería creer que podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar”.

Durante la redacción de este artículo llegó a mis manos, gracias a la gentileza del escritor Dr. José Manuel Fernández Santana, autor del recientemente editado libro “Elogio del psicoanálisis”, la siguiente información:

Estudiando los efectos de la ‘identificación religiosa’ y de las ‘experiencias espirituales’ sobre la neuroanatomía de los adultos, la Dra. Amy Owens, de la Universidad de Wisconsin-Madison en los Estados Unidos, junto a otros investigadores, ha comprobado que las personas religiosas, al llegar a edad avanzada, tienen empequeñecido el cerebro. En católicos, protestantes y otros creyentes se halló gran extensión de atrofia al medirse el volumen de una estructura central del sistema límbico (el hipocampo). Estos estudios fueron publicados en PioS One el 30/3/2011 y en la revista “Scientific American” el 31/5/2011 y han tenido escasa o ninguna difusión en los grandes medios periodísticos.

Allá por 1927, el creador del psicoanálisis escribió las siguientes (¿proféticas?) palabras:

“(…) Piense usted en el lamentable contraste entre la inteligencia de un niño sano y la debilidad mental del adulto medio. ¿No es quizá muy posible que la educación religiosa tenga gran parte de culpa en esta atrofia relativa? Y en otra página reafirma: “(…) La debilidad mental de individuos tempranamente habituados a aceptar sin crítica los absurdos y las contradicciones de las doctrinas religiosas, no puede ciertamente extrañarnos”. (Páginas 184 y 185 de “El porvenir de una ilusión”, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1969).

Parece ser que las conclusiones de la ciencia actual están finalmente descubriendo el vínculo entre el soma y lo que Freud descubrió en la psique, hace más de ochenta años.

Nota: En varios de los párrafos, de las cartas que se reproducen en este artículo, Freud habla de “el alma”. Pero esta alma no tiene nada que ver con el alma religiosa sino con aquella cuyo significado psicológico y psicoanalítico tiene las siguientes acepciones: 1- Sustancia específica manifestada en los fenómenos psíquicos. 2- Rasgos característicos de un sujeto. 3- Concepto utilizado por la psicología clásica. En la dicotomía entre lo material y lo espiritual, corresponde a este último tipo de fenómenos.

Esarus,

Julio del 2011

Los Comentarios están cerrados