La dimensión demográfica del sufrimirnto


La dimensión demográfica del sufrimiento

 Sin entrar aquí en una justificación teórica de un imperativo ético derivado de la necesidad de reducir el sufrimiento en el mundo, doy por supuesto este interés para referirme a una propuesta práctica históricamente descuidada. (Una crítica extensa de las teorías éticas más relevantes ofrezco en mi tesis doctoral “Ética, sufrimiento y procreación” que con este nombre se puede encontrar en internet.) El demógrafo y pastor inglés Robert Malthus fue el primero en relacionar la demografía con la miseria. Al margen de sus propuestas políticas basadas en la idea del “pan para hoy, hambre para mañana”, consideradas reaccionarias por muchos, podemos rescatar un planteamiento esencial que logró sobrevivir en nada menos que la teoría de la evolución de Darwin. El crecimiento de la población humana, según Malthus, se acaba encontrando con un techo  impuesto por el hambre y la miseria al que tiende por sí mismo cuando las condiciones favorables lo impulsan. Cuando el crecimiento se estanca muchos individuos que nacen ya no llegan a la edad de reproducción. Se quedan en el camino por volverse desfavorables las condiciones de supervivencia. En general, pudo observar Darwin, la población de una especia se estabiliza como consecuencia de la lucha por la supervivencia y la selección natural cuando la competencia por los recursos obliga a ello, pese a la sobreproducción de prole.

 Por las razones que haya -por ejemplo el injusto orden internacional- y pese a posibles soluciones teóricas, la situación observada por Malthus se sigue dando en muchas regiones del mundo. Pero desde una perspectiva más general podemos decir incluso que todo tipo de problemas con sus víctimas, no sólo los que se pueden relacionar directamente con el aumento de la población,  se ven potenciados por el aumento del número de individuos en el mundo. Las enfermedades, los accidentes, la violencia bélica, la tortura… todos los problemas causantes de sufrimientos importantes se encuentran en una relación, al menos aproximadamente, proporcional al tamaño de la población humana.

 Hoy podemos contar con medios anticonceptivos y de planificación familiar mucho más cómodos y eficaces que en tiempos pasados. Sin embargo, esta capacidad de intervenir, no ha generado un sentido de responsabilidad que la ubique en el ámbito de la reflexión ética. Crear una vida y una muerte más o menos traumática (aquí la proporción es de una a una) no es más que una cuestión de los deseos individuales de los padres.

Ciertamente, las iglesias monoteístas, que no se consideran vinculadas directamente a la lucha contra el sufrimiento, llevan a cabo campañas y presiones para obstaculizar la emancipación reproductiva. Pero también los que hacemos planteamientos progresistas no sabemos tener en cuenta que el escenario de la lucha, lejos de beneficiarse de soluciones definitivas, tiene esta dimensión del sufrimiento que nutrimos trayendo nuevas vidas y muertes al mundo. Creo que el antinatalismo es un tema pendiente que una ética laica y racional no puede dejar de lado. Por supuesto esto nos afecta individualmente. Tenemos que dejar de tener hijos jugando con unos riesgos que en definitiva se expresan como una cruda realidad estadística. Me permito acabar este sintético planteamiento proclamando, con voluntad polémica, un lema de nula tradición histórica: sexo sí, hijos no.

 

Los interesados en recibir un ensayo exhaustivo sobre el tema, pueden dirigirse a:

 

mischa@mailpersonal.com

www.everyoneweb.es/procreacion

 

Miguel Schafschetzy

Doctor en Filosofía

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