Un milagro de campeonato (por Joan Carles Marset)

UN MILAGRO DE CAMPEONATO

La fórmula 1 es la nueva excusa para conseguir que Juan Pablo II sea santo a toda velocidad

Por Joan Carles Marset (Vicepresidente de Ateus de Calatlunya).

Hace unos días la agencia polaca de noticias PAP, citando fuentes del Vaticano, informó que la Santa Sede tiene intención de llamar a testificar al piloto polaco de fórmula-1 Robert Kubica en el proceso de beatificación de Juan Pablo II. El piloto es un ferviente seguidor del difunto papa, y en las competiciones corre siempre con su nombre escrito en el casco. El Vaticano estaría investigando el aparatoso accidente que el piloto sufrió el 10 de junio en el circuito Gilles Villeneuve, durante el Gran Premio de Canadá, para establecer si pudo salvar su vida de milagro. Si por milagro se entiende por lo que viene a significar: que el piloto se salvó por muy poco o de forma asombrosa, poco habría que objetar, pero sucede que para la Santa Sede el término debe ser interpretado de forma literal: Kubica se salvó por medio de un milagro, por la intercesión de Karol Wojtyla nada menos que ante el mismísimo Dios.

EL PRESUNTO milagro, en caso de confirmarse, abriría definitivamente las puertas a la beatificación de Juan Pablo II, pues según el procedimiento eclesiástico obrar un milagro es la vía más ágil para alcanzar la santidad, ya que vendría a demostrar que el difunto no solo se halla en el cielo, sino que incluso tiene allí alguna influencia. Si de lo que se trata es de atribuir al difunto papa tal proeza para beatificarlo cuanto más súbito mejor, igual servirá este milagro que cualquier otro y, puestos a hacerlo deprisa, casi mejor así, por un asunto relacionado con la velocidad. Aunque a algunos de nosotros, un tanto escépticos, nos resulta difícil comprender por qué, una vez puestos en el tema, el candidato a beato no se adelantó a los acontecimientos y ya de paso evitó también el accidente, ahorrándonos el susto.

La sensación, para un profano, es que por ese camino podríamos llegar a declarar como milagro casi cualquier cosa, como que la salvación del devoto Kubica se debe a la mediación de la compañía financiera Credit Suisse, a la fabricante de procesadores Intel, o a la petrolera malaya Petronas, propietaria de las torres de Kuala Lumpur, patrocinadoras de la escudería y cuyos emblemas figuraban junto al nombre de Juan Pablo II en el casco de marras. Todavía con mayor razón, porque esas compañías son las que corren con los gastos de seguridad del piloto y de su vehículo y, en consecuencia, alguna responsabilidad deben de tener en su actual buena salud.

No habrá forma humana de averiguar, sin margen de error, si Kubica debe la vida a las exigentes medidas de seguridad de la competición y a los adelantos de la técnica, a los durísimos compuestos indeformables del habitáculo de su bólido, al resistente chasis de hasta 14 capas de fibra de carbono y aluminio de última generación, al arnés de seguridad con seis puntos de anclaje, al soporte especial hans que protege integralmente el cuello y la cabeza del piloto, si la debe al puro azar, a una combinación de todos esos factores o por el contrario a la prodigiosa intervención de un papa muerto para lograr que Dios suspendiese por un instante las leyes de la naturaleza. Cada cual que saque sus propias conclusiones.

La cuestión de fondo es que quizás deberíamos tratar de ser un poco más exigentes con nuestras convicciones. El documento Orientaciones para la pastoral de la carretera, presentado por el cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio para los Emigrantes y los Itinerantes, ya que viene al caso, incluye un decálogo con consejos a los conductores para evitar accidentes de tráfico. No dudo de su buena intención, pero tales consejos van acompañados de recomendaciones de eficacia algo más cuestionable. como santiguarse antes de emprender el viaje, para entregarse a la protección de la santísima Trinidad, o de rezar el rosario durante el trayecto.

ES NECESARIO promover una reflexión adecuada entre los conductores, mejorar las infraestructuras, establecer medidas coercitivas eficaces y hacer más accesibles los últimos avances técnicos en materia de seguridad, que poco a poco ya van incorporando los fabricantes de vehículos gracias, en parte, a la experimentación que realizan en competiciones como la F-1. Todo eso permitirá evitar en el futuro algunos accidentes y muchos disgustos, pero también es importante informar correctamente y no alimentar elucubraciones sin fundamento. No sea que más de uno llegue a pensar que es más rentable encomendarse al cielo que levantar el pie del acelerador, o más efectivo ponerle una vela a un santo, o a un beato, que evitar el alcohol o las drogas a la hora de tomar el volante, y al final tengamos que acabar lamentando las consecuencias.

Joan Carles Marset – EL PERIÓDICO (11-7-2007)