LA TERCERA MUERTE DE DIOS (André Glucksmann)

El autor parte de una hipótesis sugerente, que a lo largo de la historia se han producido tres defunciones, tres muertes de dios. La primera fue aquella en que Cristo murió en la cruz. La segunda en las obras de los pensadores del siglo XIX, como Marx y Nietzsche, que acabaron racionalmente con el concepto de dios: "¡Dios ha muerto!", gritó Nietzsche, pese a lo cual dios sobrevivió en la mente de muchos europeos, porque su fallecimiento racional, argumentado, no logró calar suficientemente en la mentalidad de la población, aunque dejó lo bastante tocado a dios como para que a lo largo del siglo XX se produjera su tercera muerte, acaso definitiva, la que se refiere a la indiferencia respecto a dios en la vida cotidiana de los ciudadanos europeos de finales del siglo XX y de principios del XXI.

"¿Ha muerto Dios en Europa?" se preguntaba el titular de una portada de la revista americana Newsweek publicada en julio de 1999. "Sí, así es", concluye Glucksmann. Es decir, certifica que Dios no existe en Europa, para los actuales ciudadanos de Europa, pero que dicha afirmación es más una constatación (reconocida indirectamente incluso por las distintas confesiones religiosas, "es preciso evangelizar de nuevo Europa", dicen algunos…) que un razonamiento. Significa que observando la forma de pensar y, sobre todo, de actuar de los europeos de hoy puede decirse que viven exactamente como "si dios no existiese".

"No se aventura un progreso decisivo de la ilustración, no se predice el apocalipsis. Los pronósticos son reservados, el acontecimiento se impone de manera incontestable, pero neutra, hasta un punto que nadie sospecharía."

"Las múltiples teorías que atribuyen nuestra descristianización a una lucidez repentina o a un exceso de racionalismo me parecen anacrónicas y que no se enteran. La aduladora presunción de un europeo que se ha hecho adulto, que se ha emancipado de la magia gracias a su ciencia, que se ha liberado de las ideologías gracias a su prudencia, me provoca auténticas carcajadas".

No responde por tanto en la mente de los ciudadanos a una reflexión elaborada y consciente, sino a una actitud que viene provocada por el desencanto derivado de no encontrar respuesta a la conmoción sufrida por las convulsiones acontecidas a lo largo del siglo XX (y del comienzo del XXI, podríamos añadir a la vista la situación actual), como si dios se hubiese retirado de la escena europea a lo largo del siglo pasado y hubiese permitido la extensión del mal, o por lo menos de la barbarie, por la faz de la tierra.

Glucksmann inicia su reflexión en Argelia, durante su estancia en ese castigado país del Magreb, tiene pues un cierto componente biográfico, se trata una reflexión ante el impacto de la transgresión ilimitada: "Llegué a Sidi-Hammed veinticuatro horas después de la carnicería (11 de enero de 1998)", y ante la barbarie de los asesinatos perpetrados por los integristas se pregunta "¿De qué sirve la religión en el año de gracia de 1998?" Su propia respuesta es que el hombre moderno ha franqueado definitivamente los límites de la barbarie y con ello ha roto un equilibrio que nos obliga a cuestionar si "el Altísimo sigue significando algo".

La respuesta a la tercera muerte de Dios se hallaría precisamente ahí. El hombre durante mucho tiempo ha basado su creencia en dios intuitivamente en el mundo, en la naturaleza, en el orden de todo lo que le rodea y que le da sentido a su vida, pero cuando ese orden se quiebra, cuando desaparecen las fronteras de la ética, de lo que puede ser considerado correcto, para sumirnos en el caos y la aniquilación, desde la primera gran guerra de Europa hasta el genocidio de Ruanda, entonces el mundo deja de ser el medio por el que dios se revela al hombre y, en consecuencia, el hombre deja de percibir a dios como su fuente de sentido y su garantía de seguridad.

"Para sorpresa general, Ruanda surge como principal argumento contra Dios. (…) Los preguntados eligen Ruanda y el genocidio de tutsis como la prueba número uno de la no existencia de Dios."

"La religión es el vínculo social. Cuando ese vínculo se convierte en guerra, corrupción, tortura y exterminio, una religión que aparta la mirada y se retira de puntillas está fallando y pierde la partida. Jaque mate."

Su planteamiento coincidiría en ese primer punto con el que Bertrand Russell expuso en su día en la conocida conferencia ¿Por qué no soy Cristiano? donde defendía que la gente no cree en Dios en base a argumentos intelectuales, sino simplemente porque les han enseñado a creer desde su infancia. Por ello tampoco serían los argumentos la causa del descreimiento actual.

A dicha crisis contribuye sin duda la avalancha de información que recibe el ciudadano-espectador actual, que cada día toma su dosis de catástrofe, de genocidio en vivo y en directo durante las comidas, desde el salón de su comodidad. La televisión, esa ventana que casi inconscientemente nos muestra todas las desgracias y barbaridades, es la misma que sin pretenderlo iniciaría el proceso a Dios en las conciencias de los ciudadanos europeos.

Pero Glucksmann no se limita a certificar la ausencia de dios, del dios tradicional de la religión, sino de todos los dioses o concepciones fideístas del mundo, fórmulas de redención o utopías, de todas las ideologías que dan o pueden dar un sentido a la vida del hombre, llámense religión o política, y nos informa de que las únicas que gozan aún de cierta salud serían nación o deporte.

Lo que se logró poner en cuestión durante el siglo XIX es el tipo de fe que habría de prevalecer, si la fe religiosa o la fe en una nueva utopía Ahora en cambio caminaríamos hacia un modelo generalizado de escepticismo como forma de contrarrestar la fe excesiva del siglo XX en sistemas de creencias que sólo han conducido a las mayores barbaridades conocidas.

"Para matar, hace falta mucho entusiasmo, tanto en el sentido ordinario como en el etimológico, sentirse arropado por la divinidad. Para masacrar a millones, hace falta una ideología de hierro que se reclame de la raza, de la clase, de una Nación por encima de todo, de un libro que tenga respuestas para todo, la Biblia, el Corán, el Capital."

"Ninguna religión tiene naturaleza integrista, pero todos los integrismos obtienen su autoridad de una pasión religiosa. Se ve en el paganismo nazi, en la fe revolucionaria de diversos colores."

La conclusión es que la muerte de Dios refleja el desencanto de Europa ante un Dios que ya no puede justificar la crueldad del mundo, que ha sido expulsado del mundo por la propia barbarie de los hombres. Lo que aflora del naufragio es la voluntad de los supervivientes de hacerse cargo de su destino. Sólo falta que el reconocimiento consciente de dicha muerte suprima los obstáculos para la construcción de un hombre nuevo capaz de alcanzar su propio futuro, sin dejarse manipular nunca más por los apóstoles de todo tipo de paraisos, que en aras de una nueva redención pretenden sacar siempre tajada de las debilidades de la existencia.

"Los mortales se unen ante un mal común. Estar juntos sobre esta tierra significa estar juntos en peligro y a veces darse cuenta de ello. En ausencia de un Dios absoluto, universal, reconocido, el ponerse de acuerdo a fin de retrasar el vencimiento de las calamidades, el instituir una comunidad a partir del riesgo, hacerles frente, es lo que se denomina civilización."

¿Exportará algún día Europa al resto del mundo esa muerte de Dios, ese nuevo modelo de civilización surgido de la conciencia de la barbarie?

La tercera muerte de Dios. André Glucksmann. Ed. Kairós, 2001. 299 págs. ISBN 84-7245-496-7

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